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sábado, 4 de junio de 2011

El gran riesgo aún no se asoma



Ilustración: Santiago Sequeiros
Muchos creen que el futuro del país se define, para bien o para mal, mañana domingo. Respetamos, por supuesto –y hasta envidiamos- a quienes tienen semejante claridad a la hora de evaluar la compleja realidad política y social del país. Pero creemos que, pasada la euforia electoral y los consecuentes festejos de quienes resulten ganadores, nos asomaremos recién al verdadero punto de quiebre del destino del Perú.
Aún bajo el supuesto de que ni Ollanta Humala ni Keiko Fujimori son los demonios políticos que sus respectivos adversarios han dibujado en la contienda, nos embarga un genuino temor de que ninguno esté a la altura del desafío que se viene.
Guardamos cierto optimismo en ambos casos. Confiamos en que si gana Humala habrá entendido que un proyecto estatista sería funesto. Y confiamos igualmente en que si gana Fujimori habrá comprendido que el menor atisbo de reedición de las fórmulas autoritarias que hereda, desataría una explosión.
Pero ni lo uno ni lo otro bastará para sobrellevar la inmensa carga de descontento social que la mayoría del país expresa (ya de por sí ambos líderes han llegado donde han llegado justamente gracias a ese malestar).
Si gana Ollanta Humala tendrá que lidiar con las expectativas desbordadas que un eventual gobierno suyo conllevará. Decisiones rápidas, gerencias públicas hiper eficientes y una cuota inmensa de habilidad política le serán exigidas para impedir que en poco tiempo el ánimo festivo devenga en irritación y desborde.
Si gana Keiko Fujimori tendrá que hacerle frente a una frontal oposición social de partida. No obtendrá, de la mitad del país, tregua alguna. Y hay que tener presente que el fujimorismo tendrá al frente a un país muy distinto del que gobernó en los 90. Más próspero, sin duda, pero más conflictivo. Y con una red de poderes regionales –que imponen fórmulas de diálogo inevitables- que en su tiempo no existía. Al respecto, las viejas tretas del asistencialismo no funcionarán. Por el contrario, pueden servir de combustible antes que de bálsamo.
Si cualesquiera de ambos fracasa en el manejo de ese escenario, conducirá al país a niveles de ingobernabilidad que han estado contenidos estos diez años, pero que ya muestran los síntomas de su radicalidad. Si queremos salir de la maldición que nos castiga desde los 80, que frustra los proyectos democráticos al tercer periodo sucesivo, los ganadores de mañana tienen que realizar gobiernos superlativamente superiores a los precedentes.
Que no lo hagan es el riesgo mayor que tenemos por delante. Las quimeras histéricas que a lo largo de esta campaña se han desplegado serán un pie de página frente a la hoja en blanco que se deberá escribir en el futuro.
juan carlos tafur - diario 16

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