
Que el Presidente de la República termine rogando para que no lo pifeen en el Congreso, como condición para asistir a la ceremonia de transmisión de mando, aparte de ser una majadería, revela, en forma inconsciente, los temores de un mandatario que sabe que su tarea no ha sido cumplida. Al menos, no como muchos peruanos esperaban.
Alan García llegó al gobierno por segunda vez luego de pedir perdón al país por sus desastres económicos y prometiendo no volverlos a cometer. En términos generales, esa tarea ha sido cumplida. No sin algunos sobresaltos, el país pudo capear lo mejor que pudo la crisis internacional y durante este quinquenio, las cifras macroeconómicas, en su mayoría, han sido positivas. Sobre todo las del crecimiento del PBI. A ello sumemos la apertura comercial con la firma de varios tratados de libre comercio.
Nota aprobatoria también obtiene en política exterior. El trabajo realizado por José Antonio García Belaúnde durante un quinquenio, en términos generales, ha sido estupendo. El trabajo hecho en relación con los vecinos y, sobre todo, en la presentación y réplica de la demanda por límites marítimos con Chile ante la Corte Internacional de Justicia. Los gazapos en estos temas se debieron, antes que a Torre Tagle, al Presidente de la República.
Entonces, ¿por qué García termina con una desaprobación mayor a su aprobación y rogando para que no lo humillen? Rene Gastelumendi da parte de la explicación:
En efecto, un estilo soberbio, en el que la obra pública que el Presidente inauguraba (muchas veces incompleta) era la que valía, distante del ciudadano, con poca vocación de servicio auténtico, generó para AGP el mismo efecto que la frivolidad causó en Alejandro Toledo durante buena parte de su gestión.
Pero la cosa no quedó solo en cuestiones de forma. De hecho, esta forma de entender la política se complementó con un pensamiento conservador y reduccionista, bien descrito hace algunas semanas por Roberto Bustamante:
La segunda es la corrupción. Al igual que en su primer periodo, García se va con sospechas respecto a la probidad de muchos de sus funcionarios o sobre los beneficios de varias licitaciones y adquisiciones. El punto máximo fue el casoPetroaudios-BTR, donde, por lo pronto, le cabe una grave responsabilidad política al Presidente de la República.
De un lado, por la permisividad que tuvo inicialmente con un sistema de inteligencia paralela conformado por personas que habían trabajado antes en instituciones militares vinculadas a esta materia, tomando en cuenta los antecedentes de Montesinos. Del otro, por este afán de llevar al extremo la promoción de inversiones, pero ya en un plano en el que algunos ministros y funcionarios se convirtieron en gestores de intereses de empresas, los planos se confundían, las prácticas ya clásicas en el país se repetían y sofisticaban y los faenones se concretaban. De allí que no sorprenda que Jorge del Castillo vea como "normal" reunirse con periodistas o empresarios en hoteles de lujo.
Todo ello, sumado a la forma como destrozó su partido, explica la soledad política de García, sus temores y su necesidad de inauguraciones. Se pretende cubrir con cemento lo que no se hizo en 5 años. Y más allá de los aspectos positivos, el Presidente se va cuestionado, aunque cada vez más convencido de que sigue siendo el rey (del conservadurismo).
Fuente: peru 21
No hay comentarios:
Publicar un comentario